Vistas de página en total

sábado, 31 de diciembre de 2011


Quiero dormir en mi poema
Que el sueño  lo acune y la imaginación lo encienda.
Quiero vivir como un poema
Con paso lento y buscando las palabras
que unan el atrás y el adelante.
Quiero dormir en los instantes
En el silencio
En  el límite de la conciencia
Pensándome cuando nadie me piense.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Un niño muy pobre.

Creo que comencé a quererlo cuando me contó en una cita que debió ser para el sexo, su historia de niño paupérrimo. Mirarlo así vestido con ropas caras, con su auto flamante y sentir que no mentía me inspiró una ternura tan profunda, que terminé enamorada. Fue huérfano de sentimientos: un padre que se va dejándolo sin apellido, una madre que vive con un hombre que lo usa y abusa, unos hermanitos que crecían como podían, unos tíos que miraban para otro lado. Fueron de verdad tan pobres que comían mal. Tan pobres que comenzó a vender de todo cuando apenas tenía edad para ser un escolar. Se fue de su casa con el sólo recuerdo de una hermana mayor que tampoco estaba más. Y empezó su historia, la verdadera. Ser peón rural y escaparse a la capital. Ser casi esclavo en la casa del tío y escaparse a trabajar cuando al fin tuvo la edad. Después lo persiguieron, como a todos, éxitos y fracasos. Los éxitos los clasificaba en mujeres hermosas y dinero. Fracasos en sus adicciones al alcohol y una hija que no tenía, una madre perdida, un montón de hermanos sin ver. Por momentos fui su escudo, aún tan joven, aún tan ligera con mi loca carrera de letras y revoluciones, pero aprendió a cambiar. Lo amé por eso. Lo amé porque mi madre era la suya, porque mi hijo fue el suyo. Nada más que por eso se puede amar hasta entregar la vida por alguien así de honesto. Nada más que por eso se puede amar a alguien tan valiente que se bate a duelo con la dictadura por salvarte y salvar a tu hijo. Nada más que por eso se puede amar al hombre que a punto de suicidarse por una enfermedad sin treguas, te jura por los hijos que no lo hará, y sufre el calvario hasta el final sin arrepentirse, sin quejarse. Amor fue con Mayúsculas. Lo demás, las treguas, los fracasos, lo que no pudimos hacer, también formaron parte de la historia. Pero sin embargo no pudo con nosotros, fuimos más que muchas cosas feas, fuimos mucho más. Era un valiente y yo no me quedaba atrás. Dos locos peleando con el destino marcado a fuego sobre la piel de cada uno. Han pasado ya doce años y no lo veo, sólo cuando viene a mi sueño. Es hora de contar la historia, los que dicen que no tuve duelo no saben lo que me cuesta aún escribir su nombre sin intentar salir corriendo de mí, del destino, de la ausencia. Sobre todo cuesta contar lo que son los duelos en vida. Varios duelos en vida. Muchos, demasiados. Al fin hay que dejar ir a los que se van, para que la muerte no te mate el alma. Lo sigo intentando pero ahora, quiero contar un poco la historia, para los niños que no lo conocieron y los hijos, que siempre quieren recordarlo.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Sobrevivientes.

…me abrí a su hombro, a su pecho, a su cara, a su sexo, a su risa y su osadía. Cuando supe cuanta valentía tenía ya era tarde para cerrarme, me había conquistado y hasta sospechaba que dios existía cuando me abrazaba. Fuimos trotando alegres por el camino de los amores nuevos. Después llegó lo inevitable, el trágico olvido de los fuegos, el camino largo de pensar de nuevo si me equivoqué, si debí, si pude cambiar el destino…pero llegó cantando a muerte, eso no se puede borrar con goma de lápiz. El trazo de la muerte es indeleble. Él postergó su hombría, yo postergué como pude a la misma muerte. Fue muy largo el sendero del dolor, pero lo partía al medio la alegría de un niño pícaro y una princesa rubia. Empecé a garabatear letras, no hice terapia, otra vez jugué a curarme con mis propias manos, las letras se me daban como a él la enfermedad. No me hice famosa. No vendí grandes libros, sólo logré evadir el dolor insano que emanaba su desesperación oculta. Me volví loca. Me batí a duelo con la muerte que le agotaba la vida y era aún tan joven…Salí heroica cantando una melodía inventada. Me puse a tiro con la vida que era otra, otra y otra…pero nada se recupera eso es mentira. Al final, fue nuestra mejor parte aunque ya no éramos tan jóvenes, ni tan soberbios, ni tan enamorados. Me fui un montón de veces, nunca me dejó. Cuando me fui de verdad agonizó de amor otra vez: me volvió a enamorar. No supe cómo decir que no. Y crecí y me vio crecer y sólo se dejó morir cuando me vio lo suficientemente grande como para no morirme atrás de él. Ahora de vez en cuando lo sueño. Sigue siendo un hombre sonriente. Lo veo y me despierto con miedo, pero no sé por qué si al final sólo se murió cuando pudo verme fuerte, cuando pudo verme lejana, cuando pudo verme tan mujer que era capaz de sobrevivir sin él e inventarme otro futuro.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Un tipo así.

Un tipo así, tan de otro mundo diría mi abuela fisgoneando desde su eterno balcón de la costura. No pierdas ese partido, diría mi tía la viuda, la eterna enamorada de las novelas. Un tipo así era casi un suicidio pero me arrojé al vacío… Un gato sigiloso, un caimán devorando, un pretencioso león, un águila…el zoológico vivo, era todo y uno solo. Era el grito agónico de sus pasos en mi corredor, era capaz de ser camaleón…cambiar, cambiar, cambiar… Mi eterno estado de no poder con la rutina me lo agotó con su camuflaje de amante, de patrón, de novio, de esposo devoto, de lujurioso…y comencé a soñar de nuevo. Era tan fácil ser seducida por su varonil presencia y soñar, permitirme soñar…pero entonces llegó aquella capucha atroz, los días del olvido, llegó la ausencia sin aviso, llegó la tortura y la muerte cercana. No fui la misma pero su abrazo me perdonó todo el pasado y todo el futuro. No lo supe. Sólo lo abracé. Parí mis hijos, los suyos, parí mi dolor y luego, agonicé con el suyo por una eternidad. En el camino quedamos los dos con un lazo indestructible que me mareó cuando ya no lo tuve. Ese lazo fue tan fuerte que no supe bien para dónde ir, aunque tenía un largo presentimiento que olía a muerte. Me quedaron los hijos, los nietos que no pudo ver, retoños de su valentía…me quedó el recuerdo solapado guardado en lo hondo de un corazón que de nuevo, se atrevió a soñar pero con los ojos abiertos. Me quedó todo. Lo bueno, lo feo y su estampa de tigre marcada a fuego en el alma.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

En los ojos de la vacas

Hoy estuve de vuelta en el camino. Piedras calientes de sol tempranero, florecitas multicolores, tan pero tan pobrecitas, algún que otro pasto apretado en el borde y el perfume de las vacas que pastan mudas y tristes como siempre. Creo que fue ese aroma campero que me trajo la imagen del viejo medio indio que fue mi tío abuelo, la leche sacada tibia de la ubre rosada, tomarla ahí mismo, romper el sabor contra el paladar de la infancia. Entonces supe que recordaría a mamá. Por lo de la leche, mi primer sabor en la vida. Era una siesta similar a la de hoy. Había un plantío de albaca y unas flores que mi madre aseguraba que bajaban la fiebre, no puedo recordar el nombre, eran azules. Yo tenía mucha fiebre y mamá insistía que en bebiera el agua azulada de las flores. Me negaba, resistía, hasta que mi hermana y mi tía me engañaron, la bebí sin darme cuenta. Creo que al instante vi las vacas, fue la primera vez que las miré a los ojos, tenían los mismos ojos tristes y cansados de las vacas que vi hoy. Ese día cuando bebí el agua vi en los ojos de las vacas al abuelo muerto, tenía su sonrisa de siempre y me mostraba otro camino sin flores azules, sólo amarillas. Me fui con el abuelo y lo perdí en un recodo verde del sendero sinuoso. Quise gritar pero me quedé asombrada viendo como venían hacia mí unos zorros de cola roja. Me miraron con esa cara, tuve miedo, pude gritar pero me hicieron señas que no, con la pata, una seña humana. Hoy en este otro camino, en los ojos de las vacas volví a ver muertos. Pero son tantos que debí traspasar la mansedumbre de esos ojos para enterarme que en el otro camino también hay flores que no son azules. Después caminé con todos ellos y me di cuenta que los llevaba como prendidos a los talones y a la sombra. Son demasiados muertos y a todos los quiero tanto que seguí caminando tratando de no perder de vista a las vacas porque son las únicas que posibilitan estos encuentros atrás de esos ojos mansos que mañana agonizarán en un matadero.

sábado, 29 de octubre de 2011

La bruja de la aldea.

La bruja de la aldea se enfermó. Se enfermó y llamó, convocó a todos. Nos mandó una tarjeta primorosa bordada con diademas de flores naturales que desaparecían al leer la nota. No soporté su enfermedad y me escondí en un ropero que había en el viejo garaje. Adentro del ropero había todo tipo de vestimentas, fui marinero, cocinera y luego novia antigua. Cuando tenía el vestido blanco puesto mi hermana abrió la puerta y me dijo: - Elina está enferma, nos necesita. - No puedo- susurré pero ya me llevaba con vestido de novia. En el camino había numéricas procesiones de animales llevando sus huevos en ofrenda. Fui cuidándolos hasta la puerta y sentí que la parentela gritaba susurrando: - La novia… la novia… No podía avanzar, me pisaban el vestido. Se oía todo el fresco de la tarde cuando entramos a la habitación de Elina. Una luz azul se desprendía de su cabeza y otra brillando naranjas salía de su boca. Donde llegaba su aliento de naranjas se abrían azahares y yo recordé la chacra, la infancia y no supe por qué pero vi todos mis primos alrededor de la cama de la bruja de la aldea. - ¿ Dónde está la novia? – preguntó y ellos me empujaron. - No te vayas ni un segundo – ordenó con aliento de azahares y supe que se moría. Cuando dejó de respirar rotó el viento su sentido y abandonó la casa. La luz azul y la naranja giraban como locas y se posaban en mi falda. Cuando las luces cesaron las tenía en el centro del vientre, por dentro, acomodándose en mi útero. No quedaba nadie y los animales habían comido sus huevos. Lloré dos o tres lágrimas violetas de muerte. Me quedé dormida y nunca más la vi.

Interludio


Toda ella se ciñe

a una brisa de arpegios.

Escalas de recuerdos
giran,  la envuelven, despiertan.
La armonía se le despereza en notas
y el dolor pierde puntas y aristas
entre claves de sol.

Y ya en estado de gracia
las notas fundan una nueva mujer.

El sonido la antecede.
Mientras un río de notas se le arremolina,
el paisaje musical se torna femenino.
Es melodía y es danza.
Es plena felicidad.

martes, 25 de octubre de 2011

Mi alma.

Mi alma es una nube gigante. Más liviana y esponjosa que todo. Mi alma es un capullito de rosa cerrado, guardado, aterciopelado. Mi alma se aferra con tenazas a lo que fui, lo que estoy siendo. Mi alma supo lucir largos vestidos de colores antiguos, abusó del negro. Usó el pelo larguísimo y lo cercenó para siempre. Lo pintó de casi todos los posibles tonos. Mi alma quería olvidarse de ser mía y yo se lo recordaba. Mi alma vive recordando a la abuela en la chacra, en la máquina de coser, vive en el traje marrón que papá lucía invariablemente. Mi alma tuvo un alma casi gemela con los ojos de mi hermana. Mi alma supo amar con pasión y se desangró gritando. Mi alma quiso ser más que alma, más que sombra, más que espejo de mi persona. No pudo. Pero sigue volando. Se va de la mano de mamá al viaje interminable hacia el Sur, enfrentamos juntas de nuevo el paisaje montañoso. Con mamá y con papá, volamos juntos y vienen mis dos hermanos muertos. Que livianos somos. Cada vez que llueve sin treguas busco a mi alma. Le miro los ojos fijos, los recuerdos tornasolados de nostalgias y me voy con ella volando. Mi alma es un tul gigante, parece una nube.

sábado, 22 de octubre de 2011

Caminó en medio de las piedras
del tiempo. En cada tropiezo
un ángel sostuvo su caída;
en cada lágrima, un pliegue
del manto borró la huella;
en cada día sin sol
la mirada de sus ojos celestes
iluminó su sendero.
¿Qué voz resonó en las noches
para que la luz al fin naciera?

miércoles, 19 de octubre de 2011

¿Dónde?

¿Dónde esconder el alma
cuando las miserias humanas
sobrepasan todos los límites?
No hay hueco donde ocultarla,
ni objeto que la cobije.
Busco el lugar, el escondrijo,
para que la venganza
no le  germine.

En las sombras

Están los amantes a la sombra
de viejas destrucciones. Sus rostros
desmienten la alegría de la  luna naciente.
Los tejados grises contemplan un cielo
de chimeneas que juegan a las bromas
de humeantes formas. Un aire de vals
se cuela entre las voces. Mientras,
las dos siluetas ruegan fidelidad
a las palabras.

Verona

En la hermosa Verona acaecieron los amores.
Fue el odio de los adultos lo que obligó a sus hijos a pagar la sangre derramada.
La tragedia dura dos horas en el escenario y... siglos en nuestra historia.

martes, 18 de octubre de 2011

Fantasmas muertos.

Nunca pude hablar con ninguno de ellos pero los veo. Funciona así, no lo busco, simplemente se da. Detrás de un crochet maravilloso tejiendo imparable veo a mamá, en la vieja estación de trenes llegando, siempre llegando, veo a papá, atrás de las cartas de truco sonriendo veo a Carlos el papá de mis hijos, robando objetos inverosímiles o coleccionado piedras casi mágicas veo a mi hermana, en la chacra como matrona que fue veo a la abuela. Y así sería la lista interminable de ver a mis muertos. No los persigo, no los convoco, en algún momento desfilan por mi mente, así, sin más. Por eso ese día cuando vi tu fantasma en la calle me sorprendí, iba majestuoso, soberbio, orgulloso. Pero no sé por qué en la calle, si yo más que nadie sé qué cosas te gustaron más. Y no vi tu piano, ni vi tus libros, sólo tu paso magistral por la acera llena de sombras. Pero tu fantasma me sorprende aún más: - Todavía estás viva…- me dice por lo claro y casi sobre mi cara. Mis fantasmas nunca me hablan. Me alejo sin pronunciar nombres. No me atrevo a volver la cara. Me voy ajustando a la tarde sin aflojar el llanto. Después cuando llego a mi guarida me agarra el loco deseo de aullar sin parar. Ni siquiera me acordaba que fui loba y tu mi lobezno favorito en un rito de amor que me parí sin dolor, con mucha sangre y mucha pasión. Como una loba. Tu fantasma, que es vilmente humano, ha abandonado la vieja camada de esta también vieja loba que te supo lamer las heridas. Entonces recuerdo la frase y me río en medio del llanto. - El lobo es el hombre del lobo, musito sin fuerza. Me voy metiendo camino adentro, lamiendo la ausencia de tu fantasma humano. Cae la tarde y me pierdo. Aúllo pero bajito, no quiero convocar a nada ni nadie. Al final, en la estepa, otro lobo me invita a despedazar un trozo de carne. Tengo hambre. Tu fantasma no volverá, es demasiado humano.

jueves, 13 de octubre de 2011

Los partos de mi hermana.

A los diez años de edad al borde de la selva misionera mi hermana me parió. Estas cosas no suceden a menudo y por eso mismo nadie se dio cuenta. Me puso mi primer batita almidonada y me acunó con dulzura. Me ató pañales y me dio mi primer baño. Mi madre la miraba hacer y la alentaba a seguir cuidándome. Cuando tuve diez años quise parir algo y sólo salió un coágulo sanguinolento que mamá miró horrorizada diciendo eso de la hermana muerta y el otro parto, todo en una misma fecha. Mi coágulo cayó sobre el almanaque de nuestras vidas. Mi hermana parió flores y pájaros, la miré de lejos asustada. Me daban tanta rabia esos ojos que miraban desde el gris y la sonrisa compactada en una faz que irradiaba alegría. Después de visitar lugares oscuros mi hermana me regalaba cosas inverosímiles que se robaba. Las escondíamos y nos hacíamos cómplices de fotos de muertos, caballitos de cuero, terciopelos en cintas de colores, pequeñas jarritas ridículas. Teníamos un tesoro robado en distintas cajitas. Un día me mostró el amor y parió muchos en su camino. Se le agrandaron las ojeras, piso más suave, dijo menos cosas, le salieron alas y voló un rato. Quise ir con ella pero mamá dijo que no. Cuando pude volar no la vi, se me perdió. Ahora la ando buscando por otros lados y veo que de lejos, me llama. Seguramente me extraña. Debo parir un vuelo hacia el regazo de mi hermana.

Tres gotas

Cayeron tres gotas siniestras sobre el asfalto. Qué importa qué gotas eran, tampoco qué contenían, las gotas pueden contener todo desde agua, sangre, amor, locura, o la fotonovela de una vida. Cayeron justo en ese pavimento oscuro que hay en mi puerta y me las robé. No me importaba el contenido me importaban las tres gotas, además de ser cabalístico el tres es número para robar. Me las guardé en aquella vieja caja de turrones donde mamá puso un montón de pañuelos blancos bordados. Cuando las puse ahí escuché nítida su voz: llevá un pañuelo. Después las puse en el guitarra que me regaló mi padre y tuve la sensación de que acordes tangueros se emitían con necia resonancia. Ando con las gotas buscando cosas de mis muertos. Pero no quiero entrar en mi propia foto, que está como viva en el estante de siempre. Cayeron tres gotas siniestras sobre el asfalto de mi tumba.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Deporte espacial


                                                                          “La primera roca estudiada en la superficie de Marte es igual a una pelota de fútbol” (Algún diario argentino, enero de 2004)

Cuando el  presidente anunció que comenzaríamos  a participar en el juego espacial nadie pudo creerle. Sus más fieles seguidores, que todo lo aceptaban de él, pensaron en senilidad, en Alzheimer. Sin embargo, siete años después la plataforma de lanzamiento y su cohete fueron el símil de aquel dedo en alto que enfervorizado  había levantado para señalar la ilimitada bóveda  de vuelo.
Las pruebas se venían realizando desde  hacía ya tres años y los periódicos se encargaron de anunciar que el destino no sería la  luna, contra el pronóstico de los más audaces: “A nuestros  habitantes la luna les queda demasiado cerca. El verdadero destino debe ser Marte…”. Y fue.
Todo estaba previsto. Era larga  la lista  de astronautas preparados y en lucha mediática para conseguir las primeras plazas en el vuelo inaugural. Por eso, cuando el jefe de la F.A .R.S.A ( Fuerza Aérea República Sideral Argentina) supo que la primera roca estudiada en la superficie de Marte era igual a una pelota de fútbol, supo también que ése era el momento de demostrar al mundo que “Argentina ya no camina…vuela.”
La más feroz de las batallas por ser elegidos, comenzó. Los periódicos, armaban y  corregían listas con los nombres de los posibles afortunados. Pero sólo los más atentos, sabían.
“Tres tripulantes y veintidós pasajeros se convertirán en los primeros argentinos que viajarán al espacio” fue el titular que recorrió el mundo. El país se detuvo (una vez más). Nadie podía perderse el hecho histórico. En el exterior, las noticias quemaban y el periodismo mundial estuvo presente en el “más grande suceso del Siglo”.
El día del lanzamiento, las cámaras se encendieron en cuanto los primeros tripulantes espaciales aparecieron en escena. Todos creyeron ser víctimas de una nueva broma  política. Once de  los viajeros vestían traje y escafandra azul y  el pecho cruzado por una banda horizontal amarilla. Los once restantes, por su parte, llevaban el clásico traje y escafandra blancos (característicos) y desde el hombro izquierdo bajando hacia el lado contrario atravesaba el pecho,  una banda roja.
Mientras los dos equipos espaciales iban rumbo al lejano campo de juego, en la Tierra se producían las más creativas especulaciones: cuál de los tres tripulantes oficiaría de árbitro; quiénes eran los jueces de línea; quiénes habían entrenado a los astronautas jugadores (no menos de dos, por supuesto); cuánta influencia tendría la gravedad marciana en los resultados; cuándo se conocería la formación definitiva y más… mucho más.  Sobre todo, acerca del posible resultado.
Sin embargo, había un grupo importante de mujeres argentinas que tenía la más clara de las certezas: “los hombres irán detrás de una pelota de fútbol, aunque ésta esté en Marte y sea de piedra”.

martes, 20 de septiembre de 2011

Dolorosas verdades.

Un no rotundo ni siquiera alcanza Esto huele mal y me da dolor de cabeza Ni siquiera tengo intenciones de superar el mínimo deseado Ni siquiera me lo planteo como necesidad Me agitan los aires preconcebidos Las nauseabundas mentiras Los fracasos inevitables de la originalidad Los paupérrimos esfuerzos de los mediocres Los posicionamientos de los trepadores La indignante avaricia de poder La insignificancia del factor humano La irrelevancia de la ternura La incompetencia de los elegidos de siempre Las promesas nunca cumplidas Los albergues llenos de intencionales miserables Las cárceles de la palabra Los fuegos ocultos en el agua El agua que no apaga fuegos La soberbia precoz La indulgencia disfrazada de perdones La perseverancia de la maldad La inconsistencia de la belleza La frugalidad inherente a los recuerdos La desmemoria toda La inconstancia toda La hipocresía toda La lástima toda La vanidad y el ego, y los millones de hambrientos La estupidez y la mezquindad y los millones sin techo La prepotencia mundial y los millones de muertos ...y me siguen doliendo mis propios muertos ...y mis partos con hijos que ya me han dado nietos ...y mis noches sin sueños ...y mis meses sin recuerdos …y mis recuerdos violados. Me duele tanto a veces la vida que no entiendo como es esto de mi sobre vivencia. Como fue que sobreviví a la capucha, a la tortura del cuerpo A la tortura de la mente … …y cómo a tu muerte …y cómo a las otras muertes… Soy resiliente, ahora se dice así… ¿Soy una sobreviviente?…

lunes, 12 de septiembre de 2011

Crucifixión.

...como los pies de Cristo
nacen clavados a
la ignominia del hambre ...
como las manos de Cristo
nacen también clavadas
sus manos,
al robo, la mendicidad
y la ignorancia.
Soportarán vejámenes desde pequeños
y serán mirados con asco
pequeños cristos de hoy,
alejados de los que Son
porque son nadie, son nunca, no son.
Y entonces no amarán como Cristo
pero con similar ardor
odiarán con esa intensidad,
se ahogarán en alcohol y fatiga
en drogas e hipocresías
en robos y hurtos baratos
violarán, matarán,
cometerán todos los pecados.
Pilatos del mundo entero
los volverán a condenar
lavadas ya las manos
desde antes que nacieran.
Y los Barrabases seguirán siendo libres
mientras ellos mueren presos
o mueren en las calles
crucificados por otra cruz que
existe desde antes y después de Cristo,
ésa, que llamamos fríamente:
pobreza.

Romance de otoño.

Sobre un lecho algo rosado
se está durmiendo la tarde.
El sol cae entre crisoles
por el borde de la calle.
Por la vereda de otoño,
tiemblan hojas de cristales.
Esqueletos del verano
se suicidan tiritantes,
bajo mi peso se mueren,
crujen, hasta quedar suaves.
El otoño se ha dormido
justo al borde de mi calle.
Amarillos y marrones
festejan como almanaques
y el ocre, que va llegando
se duerme por un instante.

Alguna vez fuimos jóvenes,
eternos, casi adorables,
pensamos que nuestro otoño
era un sueño inaceptable.
Y entre la risa y la vida
soñamos ser navegantes
de un barco con rumbo eterno
sin amarillo paisaje.

Sobre un lecho algo rosado
se fue muriendo la tarde,
mi barco encalló en los sueños,
mi vida se fue en buscarte.
Ahora que crujen las hojas
Para nuestro beso…es tarde.

jueves, 8 de septiembre de 2011

¡Cuánto ruido!


Ricardo está muy contento porque tiene un nuevo amigo.  Aunque a él le parece que se conocen desde hace mucho. ¡Es que se llevan tan bien!
La primera vez que se vieron fue cuando entró al aula y la seño Laura les contó que tendrían un nuevo compañero, que se llamaba Roberto, pero que le decían Beto, que venía de la escuela de sordos y que, por no conocer a nadie en la escuela, les pedía que lo ayudaran. 
-Necesita buenos amigos – dijo— y sé que ustedes pueden serlo.
Ricardo sintió que se lo decía a él, porque cuando se miraron los dos hicieron un gesto amistoso con el puño derecho, el pulgar en alto y una amplia sonrisa.  En cuanto salieron al recreo se acercaron y desde hace dos semanas no se han separado más. Al principio pensó que iba a ser difícil hablar con él, pero después se dijo:
-Qué bobo, si viene de una escuela de sordos sabe leer los labios, sólo tengo que hablarle. ¿Todos se pondrán así de tontos con un...  iba a decir discapacitado, luego pensó … un diferente, pero ninguna de las dos palabras le gustó—qué importa, será mi amigo y listo.
En estas dos semanas Ricardo está aprendiendo el lenguaje de las manos y así se han contado muchas cosas, hasta los secretos más guardados: Ricardo le contó que está  enamorado de su vecinita, pero ella ni siquiera lo mira, ¿será porque es dos años mayor que él? A Beto le costó confesar su  secreto.  Después de un largo silencio, le confesó con su  voz suave, algo metálica,  que desea más que nada en el mundo saber cómo son los sonidos,
-¿Viste esos que aparecen en las historietas y en los libros?
 Ricardo pensó en el cuento que les había leído esa mañana la señorita Laura y asintió.
-Bueno, ésos. En los libros siempre dice ‘el silbido de la perdiz’, ‘la lluvia sobre el tejado’, ‘el tintineo de las copas’, Y en las historietas, ¿viste?,  ¡crash!, ¡bumm!, ¡ring!, ¿ves? eso quiero saber.
Ricardo lo miró a los ojos y después de un momento se le dibujó una enorme sonrisa. Beto levantó una ceja y lo miró con curiosidad
-Prometo contarte cómo es cada sonido.
Como en un espejo, Beto repitió la sonrisa. Y… justo en ese mismo momento Ricardo escuchó la campanita del heladero; la frenada del colectivo; una sirena de ambulancia que se acercaba rápidamente;  el bebé que lloraba porque se había caído en el arenero; una calandria escondida casi encima de sus cabezas, entre las ramas del plátano; el motor de una moto que atravesó la calle lateral y aunque sólo la vio un segundo,  aún rugía en el aire; y, además, un fragmento de la conversación de las señoras que pasaban junto a ellos.
Volvió a mirarlo y le aseguró, un poco en broma y un poco en serio:
-Esta será una laaaaaaaaarga amistad. Extendiendo mucho la a.

lunes, 29 de agosto de 2011

Allá arriba y hace tiempo


Cuando estuvo cerca de las primeras lomadas comenzó a sentir cierta inquietud que atribuyó a la ansiedad de ese viaje tanto tiempo programado y que debió postergar, cada vez,  por alguna razón distinta.
El paisaje iba cambiando a medida que se acercaba y la ansiedad aumentaba. Al llegar a la zona donde habría de acampar, el sentimiento de desasosiego lo obligó a repensar lo que estaba haciendo. En realidad, no sabía explicar muy bien esa necesidad, ese “porqué” o  “para qué” del viaje. Algunas lecturas e historias de amigos que conocían el lugar, le hicieron sentir esas inexplicables ganas de conocerlo. Bueno, aquí estaba ¿y ahora qué?
Bajó con lentitud del auto y maquinalmente le puso llave. Costumbre de ciudad.  Sin verdadera conciencia de sus actos, y a pesar del sol alto, comenzó a subir el cerro que tenía enfrente.
Fue a mitad del ascenso cuando por sobre la respiración jadeante  creyó oír una voz, pero al mirar alrededor sólo pudo descubrir una cueva. Se dirigió a ella caminando por una cornisa que se ensanchaba frente a la boca oscura. Otra vez quedó inmóvil al reiterarse la sensación de una presencia. Rápidamente volvió la cabeza a uno y otro lado, para comprobar que estaba solo. Pero… había sido tan real!
Con desconfianza se acercó a la entrada y a pesar del frío y la oscuridad no pudo resistirse a entrar. Dio unos pasos.  Mientras sus ojos se acostumbraban a la penumbra, miró el piso irregular y al levantar la vista  pudo ver  algunos signos en la pared de piedra. Signos que en un principio le parecieron  incomprensibles, sin embargo, se  descubrió interpretándolos.  Fechas, nombres y el comienzo de una historia. “Los blancos nos persiguieron toda la noche. Tuvimos que abandonar parte del ganado. Los que salvamos en la carrera los escondimos en el corral del sur. Ya están sobre nosotros. Ascendimos por el este para dominarlos desde las alturas y, sobre todo, para alejarlos de los animales. Pude encontrar esta cueva, pero he quedado atrapado. Son muchos y sus armas son muy potentes. Mis flechas no los alcanza. En cualquier momento el ataque comenzará y será feroz. Mis hermanos…”
Un silbido zumbó junto a su oreja derecha e instintivamente se tiró al piso, el proyectil se incrustó en la pared, justo detrás. Arrastrándose hasta la cornisa pudo ver, un poco más abajo de donde se encontraba, algo que le heló el corazón.
Más de veinte soldados subían buscando reparo entre los riscos. Buscó protección. Estaba atrapado. La cueva era una trampa. Casi desnudo, con un arco en la mano y algunas flechas en un carcaj rudimentario supo que no tenía manera de defenderse. Buscó salida por la izquierda, luego por la derecha, pero no la encontró. Lo estaban cercando. Uno de los soldados lo vio. Ambos quedaron inmóviles, estudiándose. El odio brillaba en los ojos del blanco, que le apuntaba con el rifle. No se movió. Esperó el final. Y, cuando creyó que le dispararía… una flecha, lanzada desde lo alto se clavó en el medio del pecho del rubio que con mirada, ahora de estupor, fue cayendo de boca, lentamente, entre dos piedras.
Entonces lo descubrió. Desde lo alto, un guerrero levantó su mano en señal amistosa y se  perdió entre las rocas.
Cuando despertó el sol caía sobre el horizonte. Le costó unos minutos recuperarse del aturdimiento. Aún estaba en la cueva, volvió a mirar la escritura. Se puso de pie y caminó hacia la cornisa. Todo estaba quieto, silencioso. Las sombras que avanzaban por las laderas, parecían taparla como un manto. Comenzó a descender por lo que había sido un sendero.  Poco después vio su auto y algunos otros que circulaban por la ruta. 
Cuando llegó cerca de su vehículo, alzó la vista y lo vio. Allí estaba con el sol por detrás. Parecía una estatua de piedra. Quiso convencerse de que era un juego de luces y sombras, pero la figura inconfundible volvió a levantar la mano y se perdió detrás de la montaña.

martes, 23 de agosto de 2011

Nocturno


Fui pájaro en tu busca.
En pliegues de inquietud
por fin te hallé.
Cuna tus brazos.
Vaivén de oleaje.

En espiral de sombras
llegó el regreso.
Y fue el color,
la luz,
los gestos.

Del delicado umbral
de la locura me has rescatado.
Insomnio, te he vencido.

martes, 16 de agosto de 2011

Del ingenio y el amor (cuento chino, de la China)


En los tiempos de la emperatriz  Chü-i, había en la corte una ayudante de rango inferior llamada Alike, cuyo  agudo ingenio era conocido sólo por pocos.
Por entonces, debido al desarrollo de la escritura fonética, las mujeres comenzaron a desplazar a los hombres de la escritura. La nueva  caligrafía, más suelta, se adecuaba a la sicología femenina.
Alike, hija de un gran escriba de la corte, heredó también la facilidad de palabra, que escondía muy bien. Su humildad y respeto le impedían ofender a la poco inteligente reina.
Cuenta la tradición que para salvar de un injusto castigo a su compañera Jan Kuie, quien había rendido su amor a un caballero de la corte,  puso a prueba toda su capacidad  creativa.
Jan Kuie, conoció al capitán Tonobu, primer funcionario, en las habitaciones de la emperatriz, durante el concierto de invierno. Como correspondía a su rango, ella estaba sentada sobre almohadones, dos pasos atrás y a la derecha de la reina. Él, en su asiento, en primera fila a escasos metros, pero, en una posición que le impedía   mirarla salvo moviendo exageradamente su cabeza hacia la izquierda. Sólo una excusa podía tener para hacerlo: mirar, sonreír y hacer una inclinación  a la soberana. Cuando lo hizo por cuarta vez, todas las damas (salvo la emperatriz) tuvieron la certeza del motivo de esta extraña conducta.
En realidad, Jan Kuie se enamoró cuando días antes bordaba en la habitación de descanso y lo vio desde el balcón. Su apostura y vestimenta lo hacían lucir, según ella misma le confesó a Alike, como uno de los bellos caballeros representados por los pintores o cantados por los escritores de romances. Vestía un manto forrado en seda; sus pantalones azules, estaban salpicados de bordados con ramas de glicinas; debajo, se asomaban una tras otra las capas de sus vestidos: blancos, violeta claros y otros.
Detrás del balcón, en el jardín, los ciruelos lucían sus flores, rojas a la izquierda, blancas a la derecha, tal como era la costumbre. El sol  del atardecer iluminaba toda la escena y en el interior,  la luz de las velas la hacían  aún más deliciosa.
Alike, nunca supo cuáles fueron los diálogos que se intercambiaron, pero sí, que Jan Kuei había escrito una nota, que llegó a manos desaprensivas y expuesta a los ojos de la emperatriz. Pero, había sido cortada de tal manera que  la mitad restante, y para su sorpresa,  no sólo tenía sentido completo, sino totalmente ofensivo hacia su señora.

                                 Espantosos tormentos
                                 Espero de la Emperatriz
                                 Sufro en silencio
                                 Esta cruel enemiga
                                 Quien me somete sin piedad
                                 Muero cada vez
                                 Nada puedo hacer

                                 Sólo ocultarme a llorar

                                                                 Jan


Enterada Alike, pidió a su amiga que le hiciera saber el contenido total de la carta, pero Jan Kuei se sentía tan avergonzada que prefería “sufrir tormento” antes que decir la verdad.
Alike resolvió entonces que ella escribiría una nueva nota en la que no sólo no aparecería el nombre de su amado, sino que discretamente, la haría llegar a quienes, por su influencia, intercederían ante Chü-i.
Así fue como la inteligente joven, por extraños medios, remitió a varios cortesanos e indirectamente a la emperatriz, la siguiente nota:

Espantosos tormentos estoy dispuesta a soportar.
Espero de la emperatriz su perdón, ante este amor profundo
Sufro en silencio, soñando el momento en que
Esta cruel enemiga: mi alma desesperada
Quien me somete sin piedad, cuando en la soledad
Muero cada vez que tú te marchas.
Nada puedo hacer para dejar de amarte
Sólo ocultarme a llorar, hasta que regresas a mí.
                              Jan Kuei.

La emperatriz, que no se destacaba por su inteligencia, pero sí por su sensibilidad frente al amor, no cejó en su empeño en descubrir al amado y entonces, obviando el respeto a las reglas establecidas “obligó” a los amantes a vivir como esposos “hasta que el amor los separe”, según dijo, durante la ceremonia, frente a la mirada entre sorprendida y burlona de sus cortesanos. Entre tanto, Alike cumplía con los ritos, serena y silenciosa, ocultando a los ojos de todos el placer que le producían los rostros radiantes de felicidad de los novios.

lunes, 8 de agosto de 2011

Alto costo

 Lleva horas sentada en la cama, frente a la única ventana de la habitación. Los brazos rodeando sus piernas y la mirada perdida en ese horizonte mental. El pensamiento vuela lento, frenado por las ataduras y las penosas experiencias.
“La vida empieza mal para muchos. No, para muchos no, para muchas como nosotras”. Se recuerda esa misma mañana acomodando el cuello del guardapolvo  de su hermanita, poniendo en su lugar un mechón desobediente, que volvió a caer  en la frente ni bien lo soltó. Igual que los mechones de su vida.
La dejó en la puerta de la escuela apretándole con fuerza la mano como para convencerla, y convencerse, de que evitaría que la vida siguiera siendo mala con ambas. La miró atravesar la puerta. Cuánto le agradece a la gorda Mirta. Ella denunció al viejo. “Claro, sabía bien lo que pasaba, pero no se animaba porque mi vieja no decía nada. Mi vieja, ¡pobre!... ¿pobre?...”
Desde hace un tiempo está aprendiendo cómo llegar a la noche, meterse en la cama sin temblar, sin que el corazón le  lata a mil por temor al aliento a alcohol, al olor agridulce y al peso insoportable. Deseaba cada vez morirse ya, ahí mismo.
Cuando entró al “Hogar” se quitó de un manotazo las lágrimas que bajaban con  bronca, más que con dolor. A los quince años sabía ya demasiado de la ruindad humana, por eso se prometía que su hermana no perdería las ganas de jugar, de aprender a ser feliz. “Me ocuparé de eso”.
Ya ahorró lo suficiente para comprarle esa muñeca que tanto desea. Y seguirá ahorrando. Es que necesita tanto darle lo que nunca recibió. Sobre todo ternura.  Aunque aún no sabe cómo, no permitirá que le roben lo que a ella ya nunca podrán devolverle: la esperanza. 

viernes, 5 de agosto de 2011

Inventos que no llegarán.

Todos los días y cada hora la revolución de las tecnologías no deja boquiabiertos, una no termina de entender algo y ya aparece el otro algo que lo supera, o incluso que demuestra que el primer algo era equivocado y ahora sí, vemos por fin el algo inequívoco. La tecnología nos ha permitido ver una ruta, un mapa que antes ni sabíamos leer en papel pero oh milagro de su pantalla ahora usted puede gracias a Google ir y venir de su casa a Japón o a las Islas Canarias y ver el recorrido de su supuesto avión. Es más, si Ud. desea, puede mirar su casa desde el satélite y dentro de poco se va a ver usted mirando su casa desde la computadora. Sin dudas eso sucederá en breve. Los años dorados donde usted imaginó o soñó poder ver un ídolo favorito casándose es un juego de niños de jardín de infantes. En breve usted podrá sentir el aroma del banquete de ese casamiento; las sensaciones ya están al alcance de la mano entre su pequeña portátil y sus ídolos favoritos. Viajar incluso será cosa del pasado, el petróleo escasea y usted viajará virtualmente. En gran parte usted ya lo hace, va a casa de sus amigos o parientes que viven a miles de kilómetros cuando chatea o facebookea con ellos.
Sin embargo en ningún apéndice informático se ha inventado ni se va a inventar cómo se puede reír y adelgazar. Y eso es funesto, maquiavélico y es a propósito. Lo hacen para tener gente para discriminar. Como no van a poder inventar una máquina que acumule las calorías gozadas en una risa y las queme tipo trote. Es ridículo que sigamos trotando, corriendo, sudando horas, haciendo Pilates, yoga, y como si eso fuera poco, padeciendo las mil y una dietas. Nunca se puso a pensar que en este nivel de comunicación e inventos es totalmente ilógico que no se haya inventado la máquina que con placer, y digo risa porque a todos nos gusta descostillarnos de risa, se pueda con ella idear la masa corporal humana dejándonos a todos igualitos para que no sufran unos pocos y se llenen los bolsillos los inventores de ejercicios y dietas.
Y no hablemos de los cirujanos plásticos, que se inventan a cada rato como sacarle a uno un pedazo de allá, aspirarle otro poco de acá, encajarle un anillo a cuyá, ni los nombren a ellos, seguro que en parte son responsables de que la máquina de risa para adelgazar nunca llegue al mercado.
Seguirán llegando lechugas con menos calorías, gaseosas asquerosas llenas de edulcorantes naturales o químicos, inventaran la pastilla de soja que alimente África entera, pero no le van a dar con la máquina que lo haga a usted feliz y flaco. No señor, antes se mueren todos, porque si la llegan a inventar…se acabó el chiste de los talles XXG. Se acabó el chiste de no comer chatarra, de vivir sano y caminar una hora por día. Se acabó la gigantesca producción de medio millón de dietas al año publicadas por Internet y cuanta boludez escrita en papel hay. Se acabó con los cirujanos arranca pedazos, y con los pone anillos, y se acabó con las señoritas que vomitan o no comen y con las psicólogos que esas niñas necesitan. Se acabó con la ERA Light, la Era Liviano, la Era sin grasa, la Era sin calorías.
Al diablo con todo el aparato montado para que desfilen y se aparezcan sólo mil personas escuálidas de moda: todos seríamos la moda. Todos igualitos de flacos, todos contentos y felices, flacos cadavéricos comiendo cualquier porquería. Porque¿ quién iba a resistirse a tragar todas las cosas ricas que te venden si después en lugar de correr una hora o parar de comer por un mes te vas a una máquina que además de quemar calorías te hace morir de risa?
NO LA VAN A INVENTAR.

lunes, 1 de agosto de 2011

El Sucesor

Se sentó a horcajadas sobre la silla mirando el respaldo, donde apoyó sus dos manos, tal como el abuelo lo hacía y comenzó a hablar con tono sentencioso, de sabio, que tanto había admirado en él. Sus piernas muy abiertas intentaban abarcar el ancho del asiento, pero sus pies colgaban a unos diez centímetros del piso.
Los otros, lo miraban expectantes.
“Atención”, dijo. “Yo sé que mucho de lo que les voy a decir será chino básico para ustedes, pero se me quedan todos bien tiesos, eh?  Desde que el abuelo se fue, bueno, mejor dicho, se murió, las cosas cambiaron por acá y yo tengo que decirles toda la verdad, sin pelos en la lengua. Si no queremos morirnos de hambre tenemos que caminar con pies de plomo y no levantar la perdiz. Nadie debe saber que nos quedamos solos. Vamos a seguir pidiendo limosna y vendiendo estampitas en los lugares de siempre. En cuanto aparezca la cana se me hacen humo enseguida, no vaya a ser cosa que nos saquen como a ratas por tirantes.
Vos, Colorado, que tenés tantos humos, no te hagas el sabihondo y te quedás mosca si el tano de la verdulería te pregunta algo.
Vos, Pitufo que hablás hasta por los codos te me cuidás bien de abrir la boca, te quiero más callado que tumba, ¿entendés?
A la viejita del departamento del fondo, vamos a tratar de molestarla poco, miren que no tiene un pelo de zonza y puede ir con el cuento a cualquiera. Acuérdense que al pobre viejo lo volvió loco cuando supo que algunos de nosotros no éramos sus nietos de verdad.
Se me levantan todos, bien tempranito y salen como si fueran a la escuela, que no podemos andar avivando giles. Y en cuantito se hace la noche, se vienen todos para acá, que demasiados problemas tengo ya como para preocuparme por saber en qué andan”.
Miró a todos con seriedad, pensando en qué más le quedaba por hacer.
En medio del silencio se bajó de la silla, la dio vuelta, la arrimó a la mesa y con sus siete años,  imitó el andar lento y cadencioso del abuelo.

miércoles, 27 de julio de 2011

El noruego.

Contar la historia de Knut Johan, el noruego, como real, es caer en espejos convexos y por eso prefiero empezar a contar lo que pudo ser el principio y obviar detalles.
Tenía cerca de treinta años cuando partió desde sus fiordos noruegos en un barco inglés, si bien su oficio de marino era de toda la vida, nunca había subido a otro barco que no fuera de su nacionalidad. Pero en ese tiempo el helado puerto nórdico había caído presa de una terrible depresión seguida de una huelga portuaria y él que no quería fallarle a los compañeros navegantes, tuvo que salir en el barco inglés porque en su casa había dos gemelos nuevecitos que debían de ser alimentados por una madre muy joven.
Los compañeros aceptaron sin reproches y él logró que lo contrataran los ingleses, no sabía una palabra de inglés, pero en el motor de los barcos gigantes, el lenguaje de los engranajes era su especialidad.
Partió con rumbo a Brasil el 26 de mayo de 1965, su paga en libra superaba ampliamente lo que ganaba en coronas en barcos noruegos, era su primer viaje atravesando continentes. Así que se encerró con las máquinas intentando que el viejo barco funcionara como debía, cosa no fácil de lograr porque comprendió enseguida que el barco no estaba en condiciones para tan larga travesía.
El viaje, tedioso al principio se volvió insoportable después. El noruego pasaba encerrado entre la grasa, los tornillos, los motores, no se preocupó por entenderse con sus compañeros de habla inglesa, no se comunicó prácticamente con nadie, si necesitaba algo especial, lo pedía con toscas señas.
Debido al deterioro del barco, las escalas no previstas fueron varias. Acabadas las provisiones de güisqui el noruego bajó a algún puerto en busca de alcoholes diversos.
Sin hablar, mudo, taciturno, el hombre bajaba compraba sus bebidas y regresaba a su trabajo. Los otros, avezados hombres de mar también, se encogieron de hombros ante la actitud hostil del tipo encerrado entre los motores y las botellas. Quizá alguno intentó hablarle alguna vez, pero sabemos que él no permitió el diálogo, ni la comunicación. Se encerró cada día más en su mutismo, el trabajo y la bebida. El viaje, y eso forma parte de la historia real, duró casi el triple de lo programado.
El barco ancló en Río de Janeiro como era su destino real. El noruego bajó en ese puerto por sus bebidas, pero jamás regresó al barco.
El calor en esos días era fuera de tiempo y asediaba, para nosotros habitantes de estas zonas son una costumbre que llamamos “ veranillos”. Pero al nórdico lo sofocó el calor, bajó del barco y tuvo visiones borrosas que lo hicieron ahogar en caña brasilera la impresión tórrida. Fue recorriendo la zona portuaria y tomando en grande sorbos la bebida blanca y ardiente. Se fue metiendo en las calles, en el calor húmedo e indisciplinado, entre la gente alegre que parloteaba un idioma desconocido, fue bebiendo y mezclando la caña con cervezas heladas y la sensación de impotencia del largo y mudo viaje, lo pusieron del otro lado del abismo del alcohol.
Porque el hombre bebió y siguió haciéndolo, como castigándose, como culpándose, no paró de beber en tres días y tres noches completas. Cuando los marineros ingleses salieron a buscarlo porque el barco partía, cuando lo vieron, no lo reconocieron, el hombre ya no era él mismo.
Se volvió una fiera: rompió bares, cabezas a botellazos, puertas, mesas, se dio el mismo la cabeza contra las paredes, azotó prostitutas, hizo una barullo tan grande que fue recordado por muchos como: a dia di loriño maluco, algo así como el día del rubio loco.
Gritando en un idioma absolutamente desconocido, lleno de su propia sangre la ropa raída, fuera total de control, lo encontraron las sirenas de los autos de policía que se lo llevaron. Cuentan que no podía con él cuatro policías uniformados, que usaron palos y golpes pero el urso del norte era como un gigante irrompible, los ojos azules le llameaban y volteaba a los uniformados como muñecos de trapo.
Entonces llegaron con la ambulancia del manicomio local y lo pudieron enchalecar entre diez o doce.
No sé cuanto duró su estado de demencia alcohólica, lo conocí hace sólo unos cinco años, cuando ya era toda una institución pacífica y sombría que nadie tenía en cuenta en el hospicio.
Supuse que aquella intoxicación le debió durar días o quizá un mes, la desintoxicación la hizo solo, luego entre drogas y choques lo dejaron manso como cordero. Cuando resucitó de su pesadilla, el barco inglés ya era un punto invisible en el horizonte y él, ni siquiera sabía dónde estaba ni por qué.
Lo siguieron dopando y lo dejaron deambular por ahí, como siempre en estos lugares, los familiares nunca vinieron, nadie lo reclamó y además, jamás se le entendió una sola palabra cuando intentó comunicar algo.
Me contaron que varios médicos jóvenes se acercaban mucho al principio, intentaban con el inglés, o el francés, incluso un alemán intentó con persistencia buscando la comprensión pero el hombre, al escucharlos se encerraba más en su obsesiva forma de bajar la cabeza y no hablar ni gesticular, nada. Cerraba las puertas de su entendimiento, de sus oídos y murmuraba en su idioma sin esperar respuestas. Nunca se lo vio hacer un esfuerzo por comunicarse.
Era aún muy alto y fuerte, rubio al extremo y los ojos lucían un azul profundo. La espalda la mantenía siempre erguida y su murmullo era como monosilábico y pacífico, era como un rezo en letanía. Los otros enfermos, lo respetaban, no lo molestaban. Las enfermeras y médicos lo ignoraban. Él no molestaba a nadie, masticaba su comida con la boca cerrada, no babeaba ni hacía obscenidades, no discutía, no aullaba, ni perseguía a las visitas.
La jefa de enfermeras me avisó, el primer día que me tocó darle su medicación, que él la tiraría: hacía años que tiraba los medicamentos. Todos los médicos y enfermeros lo sabían pero, el pobre noruego era el mejor ejemplar de animal domesticado que se podía encontrar en aquel triste lugar lleno de locos, y entonces, permitían el intercambio: él no tomaba medicamentos, ellos lo sabían pero él no molestaba y su conducta era la de un niño bueno.
Durante los tres años que ofrecí mi voluntariado en el lugar lo vi hacer su rutina que, según los médicos más viejos, era la de hacía más de veinte años: se levantaba al alba y se bañaba con agua helada en cualquier época del año, lavaba allí mismo con esmero su ropa y esperaba paciente que le entregaran la seca. Si algún enfermo lo molestaba lo corría con su altura colosal y su dialecto insufrible. Comía todo lo que le daban, fumaba si alguien le daba cigarrillos pero no los pedía, pasaba la tarde entera en el patio central sin molestar para nada. Canturreaba apenas y se paseaba con su espalda derecha mirando un horizonte que no existía.
Debió de padecer una procesión interna desconocida, su concentración en medio de tanto loco era casi mística pues era imperturbable. Nada lo alejaba de su rutina, de su murmuración con sí mismo, su canturrear era lento pero acompasado sonando en su lengua extraña. Llegamos a creer, y no sólo los voluntarios sino varios profesionales, que era su lenguaje de loco, que había inventado aquella especie de lengua.
Después de aquella veintena de años, ya nadie recordaba muy bien por qué y cómo había llegado hasta allí. Jamás había intentado escapar, no había golpeado a nadie y mucho menos, molestado, sin dudas, su procesión y su fuga eran internas.
Lo asistí en mi labor de voluntaria por un azar del destino que me llevó hacia ese lugar, intenté todo el tiempo dialogar con él, en español, en portugués, en italiano que son las lenguas con las que me defiendo, era imposible, porque directamente no me oía, yo llegué a plantear si no tendría problemas de audición. Pero ya habían descartado esa posibilidad por reflejos que tenía ante ciertos sonidos. No podía, o no quería, hacerse entender y menos, entender lo que le decían. Así fue como me acostumbré a su rutina como todos los demás y fue dejando de interesarme la historia del coloso rubio que canturreaba en el idioma propio. Sin embargo cada vez que me lo cruzaba en el patio y lo miraba, no podía sostenerle el segundo que duraba el cruce de miradas: un mar profundo en el fondo azul de sus ojos me decían de algo que había más allá de su loca rutina vaga. Un alma profundamente atormentada se paseaba con su espalda erguida como buscando una huella.
Me había olvidado de él cuando otro azar del destino trajo al doctor Shueider al hospicio, era un hombre simpático y cincuentón que había vivido por diferentes circunstancias políticas en Europa durante muchos años. Vino también intentando colaborar por un año con nosotros pero, el hacinamiento y el empobrecimiento del lugar prolongaron su estancia. Y sucedió. Un día cualquiera se cruzó al noruego en el patio central, se detuvo y comenzó a seguir su caminata escuchando su canto. Traté de inmediato de ponerlo al tanto del caso del rubio loco que manejaba su propio léxico desconocido pero me paró con un gesto, y siguió caminando junto al hombre.
De pronto le dirigió aquellas palabras y el rubio de mirada perdida se detuvo. Unos segundos más tarde, le contestó. El diálogo se prolongó más o menos media hora, con avances y retrocesos, supongo, pero fue la revolución de ese día y los dos meses que siguieron.
El propio doctor tomó el caso en sus manos, le hizo innumerables pruebas. Exámenes diversos, y luego, nos dio su diagnóstico: El noruego había vivido más de veinte años entre locos pero era un hombre normal, no se había comunicado con nadie por un mutismo que seguramente lo aterraba a él mismo porque de su estado de delirio alcohólico recordaba casi nada y del barco que lo había traído, muy poco.
La burocracia del hospital era como la de todos, el pobre noruego soporto estoicamente pruebas infinitas, el médico que lograba hablar medianamente su idioma fue siempre su intérprete. Entonces el noruego, el rubio loco, ignorado, y dejado a la deriva en los patios, cobró resonancia, importancia y hasta la popularidad que sólo da la prensa.
La Embajada fue solicitada por la dirección del hospital psiquiátrico. La prensa no dejó pasar la noticia. El noruego fue alojado en un ala de privilegio donde los voluntarios y los enfermeros teníamos nuestras salas de descanso, sin embargo, su rutina seguía siendo la misma si bien la ropa que le fueron dando fue mejor. Su baño con agua helada, sus caminatas, sus cantos lentos, siguieron junto a la espalda derecha y la mirada profunda pero, la sombra de una sonrisa se dibujaba levemente en la comisura de su boca.
Y desde atrás de otra burocracia, la de la Embajada, surgió la noticia que un marino noruego era buscado por sus familiares por América del Sur desde hacía más de veinte años.


Los ojos azules brillaban más que antes, la espalda permanecía rígida y erguida, la cara lucía perfectamente afeitada, tenía un poco más de cincuenta años pero representaba muchos más.
Fui al aeropuerto el día que un avión lo llevó de nuevo a su lejano país, los periodistas acosaban al doctor Shueider, su descubridor, también al director del hospital y al embajador noruego, así que apenas pude acercarme y estrecharle la mano, fue un apretón breve, le deseé la mejor suerte del mundo en una frase chapuceada en noruego que me había enseñado su traductor... me miró con ojos triunfales y me dijo algo que nunca supe que fue.
Vi descender del avió a dos hombres jóvenes, idénticos entre ellos, altos, fuertes, muy rubios, con ojos azules. Miré a nuestro noruego, lo vi sonreír anchamente por primera y última vez, lo vi avanzar los pasos tambaleantes por la emoción, vi el abrazo fundido de los tres mientras los flashes de los fotógrafos y las cámaras de televisión peleaban por la primicia.
Gozando me fui alejando sin dejar de mirar un poco al inconmovible nórdico, el gigante del manicomio, el hombre que soportó con la espalda erguida vivir entre locos, ignorado e ignorando, y allí se iba, llorando y riendo, abrazado a sus hijos, como cualquier hombre normal que regresa al hogar desde la guerra o del infierno, que es lo mismo.

lunes, 25 de julio de 2011

Dejo constancia

Por la presente, y delante del Comisario Sr. Gómez, el suboficial Mandriotti, el adjunto Recchi y los señores: Martín Tulias  y María Blanco, como mis testigos, hago la siguiente declaración, que deberá tomarse como descargo de las acusaciones que injustamente he recibido.
Desde el año 1979, en que descubrí mis poderes para curar  las enfermedades del cuerpo y del espíritu, realizo esta tarea en mi domicilio de la calle Yapeyú a la altura del 2166.
Yo, Blanca Larriera, hasta entonces una vecina más del lugar, participé de un accidente el día 22 de agosto del citado año. En el mismo, salvé  la vida del Sr. Ángel Correa, quien, de no haber sido socorrido por mí, hubiera fallecido en minutos.
Paso a aclarar: Transitaba yo en mi “Estanciera” modelo 1956, por la avenida Martín Miguel de Güemes a la altura del 1400, cuando el susodicho Correa, que circulaba en una “Siambretta”, pretendió ingresar a la citada avenida en la intersección con Encalada, a gran velocidad y sin observar el tránsito. Sin poder evitarlo, lo embestí y, al caer debajo de su propia moto, sufrió el corte de una arteria en su pierna derecha. Creo innecesario aclarar que este tipo de accidentes provoca una hemorragia difícil de controlar. Sin embargo, movida por una fuerza desconocida hasta entonces por mí, me acerqué con tranquilidad al herido y luego de bajarle, con todo respeto,  los pantalones, coloqué mi mano derecha a sólo un centímetro por encima de la herida del pobre hombre (quien puede dar fe de lo que digo) que, casi en un desmayo, pudo constatar que la  hemorragia se cortó de inmediato. Ante su asombro, y el mío, por supuesto, se puso de pie, lo ayudé a subir a mi vehículo y lo trasladé al hospital, lugar donde, con la consternación de los médicos y enfermeras (por el corte sin hemorragia) fue suturado con quince puntos. De   más está decir que esa tarde, su esposa y su hija, que vinieron a  agradecerme el gesto, salieron de mi casa mucho más tranquilas de lo que llegaron, pues puse sobre ellas mis manos, que, ya lo había comprobado, tenían el  poder de sanar. Además, la señora de Correa (también puede ser indagada por estas autoridades) me confesó una dolencia de larga data.
Que quede constancia de que se trataba de “culebrilla”.
Sin tocar su cuerpo, puse mis manos a un centímetro de su cintura y di dos vueltas a su alrededor, en la tercera, la citada hizo que me detuviera, pidiéndome que le dejara mirar su cuerpo, porque sentía una extraña sensación. La hice pasar a mi dormitorio, al lado del hall donde nos encontrábamos y allí, junto a su hija, pudo confirmar que su enfermedad había desaparecido.
A partir del citado día, año y accidente, la voz de mis poderes corrió por el barrio, la ciudad y lugares  vecinos,  primero y lejanos, después.
Importantes curaciones de todo tipo he realizado a personas desconocidas, así como a muchas personalidades: políticos, empresarios, gente de la cultura, quienes siempre agradecieron mi intervención (milagrosa según ellos) con algún dinero u otras vituallas. No como pago, aclaro, sino en agradecimiento, como dije anteriormente.
Sin embargo, el pasado 22 de agosto (adviertan ustedes la coincidencia) desperté con una extraña sensación en mi estómago y en mis manos. Pero, preocupada más por el bienestar de mis pacientes, que por mi propia salud, hago caso omiso a estos indicios y luego de un rápido desayuno, comienzo a atender a la gente que, a esa hora,  ya había formado una larga cola frente  a mi casa.
Aclaro ahora, y para que quede constancia de ello, que estas personas nunca molestaron con palabras o hechos a mis vecinos, quienes a pesar de ello, siempre han hecho denuncias en esta Comisaría, con razones infundadas.
Volviendo al citado día, pude comprobar con asombro que ya no tenía en mis manos el poder.
Como soy una persona sincera, todos ustedes han podido comprobarlo a esta altura de mi confesión, transmití este hecho al paciente que estaba ante mí, quien con mirada aterrada, me acusó de mentirosa y de que lo hacía porque sólo me había entregado (en agradecimiento anticipado), diez pesos. El escándalo que armó alteró a la larga cola y debí salir a ponerlos en  conocimiento  de la terrible verdad. Fue cuando, sin creer en mis palabras, comenzaron a ofender mi dignidad y a acusarme de egoísmo frente a sus dolores.
Esta es la razón por la cual, estimadas autoridades, decidí mudar el consultorio de mi casa particular y establecerme en esta clínica, donde, desde entonces realizo mi trabajo a conciencia. Sobre todo a conciencia tranquila, porque no oculté a nadie la verdad.
Por todo lo dicho, dejo constancia de que si alguno de mis pacientes denunció que no fue curado por mí (a pesar de su agradecimiento), el mismo sabía, antes de consultarme, que mis manos ya no son lo que eran.
Firmo de puño y letra, y firman mis testigos.

Blanca Larriera                           Martín Tulias                      María Blanco

jueves, 21 de julio de 2011

Juicio al silencio y la palabra

Hasta el Juez Supremo han llegado rumores sobre comportamientos impropios de dos, en quienes confiaba plenamente: el Silencio y la Palabra.  Como siempre, antes de tomar cualquier decisión, los ha citado para escuchar las razones que ambos, libremente, expresarán ante él.
El silencio, fiel a sí mismo, viene envuelto en una capa oscura y en el hermetismo más profundo. La Palabra, en actitud poco habitual, mira pensativa hacia un punto inexistente.
Llegan a un lugar que no es centro, pero tampoco periferia.  Elevada sobre una tarima, aparentemente sentada, se vislumbra una figura. Los visitantes hacen esfuerzos por identificarla, pero la luz que emana de ella, les impide distinguir sus rasgos.
Sin embargo sienten... saben, que han llegado al final del camino.
Un gesto y una voz que los envuelve autorizan al Silencio a comenzar:
“Quizá piense usted que es impertinencia, pero en honor a mi gran amiga la Verdad, no puedo hacer más que exponer mis sentimientos”
Y mirando a su antagonista agregó: Debo solicitar su generosa colaboración, Sra. Palabra.       
Sólo cuando ésta asintió con una sonrisa burlona, continuó: “ Siento que no me aparto un ápice de la realidad cuando afirmo que sólo por obra de la palabra, aquellos que confiaron su secreto, se han visto traicionados; que ha sido con su intervención que la soberbia se disfrazó de sabiduría y creó las peores confusiones; que, por obra de sus abusos ha quedado vacía de contenido su propia naturaleza. En cada intervención está acompañada de verbos reflexivos, que sólo se miran a sí mismos; mientras, perdió en el camino los verbos transitivos que llevan hacia  los demás. La misma palabra ha permitido que se cometa el error de enseñar su uso a los niños  sin advertirles que, de su abuso sólo nace el arrepentimiento. Porque... sólo en el Silencio nacen los grandes pensamientos y maduran las mejores obras. El sentir más profundo y las obras más caritativas recurren a mí. Saben que en el Silencio interior es donde encuentran el camino hacia el otro, lo otro y el universo. Toda la historia de la humanidad lo prueba. Los hombres me buscaron y cuando me encontraron lograron ser grandes.
Recuerde, Señor, a Moisés quien pudo ascender por mi intermedio para poder recibirlo”
Hizo entonces el Silencio lo que era esperado de él. 
Nuevamente la voz los envuelve autorizando a la Palabra, quien dice:
 “Cuando yo me hago presente, hasta el Silencio se asegura y nos asegura  que conoce, porque sólo se puede nombrar lo que se conoce. Con total certeza afirmo que el que calla cuando debiera utilizarme sólo expresa su consentimiento. Calla el cobarde, porque cree que es su forma de no asomarse al peligro. Puedo afirmar, sin embargo, que también el que calla es tomado por peligroso y que, quien se teme a sí mismo, se refugia en el silencio. Y hay quienes permanecen mudos, con el semblante serio sólo para   parecer  inteligentes. Sin embargo, cuando la vida no se ajusta a los sueños, recurren a mí para darle sentido. Por mi intermedio se comunican y unen los corazones y, en ocasiones, hasta me ofrezco para expresar  la indignación. Deseo además, dejar constancia de que Moisés me buscó con ansiedad cuando, en su descenso, debió hacer comprensible el mensaje recibido”.
 El  Juez, reflexiona y  dictamina:
 “Luego del Silencio creativo se hacen indispensables las Palabras.
  Luego del Silencio religioso es imprescindible unirse en una historia común.
  Luego del Silencio del éxtasis es necesario expresar la palabra amor.
  Regresarán y, unidos y en armonía, cubrirán el mundo equilibradamente.   
Cada uno buscará su espacio y colaborará en el éxito del otro. Sólo cuando lo consigan, el paraíso se hará presente...”

Desde entonces el Silencio y la Palabra van por el mundo intentando encontrar un escribano ante quien firmar su contrato de colaboración equilibrada.

                                                                                                            Dora Inés Cortón

viernes, 15 de julio de 2011

Soñándonos.

Solos en la madrugada,
nos descorcharemos el amor
desde la primer mirada.
Se nos unirán los pasos hasta
el hueco dolido del alma,
y nos llegará despacio
el beso abierto a los espacios desconocidos.
Se nos derramará la ternura
por el filo de los dedos
luego, como en torbellinos
tendremos un mar de antojos,
dibujaremos infinitas formas en las
sábanas inocentes y
se nos olvidará para siempre
el tiempo
después del penúltimo suspiro.

Solos en la madrugada
aprenderemos al fin, que
espacio ocupan nuestros cuerpos,
sabremos que cosa son
dos almas entretejidas.
Nos robaremos más y un poco más
de cada uno.
Guardaremos en secreto lo que nos pasó.

Solos en la madrugada...
Encontraremos cajas, baúles , arcones,
para ocultar la magia que nos perteneció.
Solos en la madrugada...
vendrá el después y uno
y otro, en cada hemisferio del mapa,
nos recordaremos.
Solos en la madrugada...
Volveremos a soñarnos, a desearnos,
a querernos...
Volveremos a sufrirnos, padecernos,
esperarnos...solos en la madrugada.

jueves, 14 de julio de 2011

Alto costo

   Lleva horas sentada en la cama, frente a la única ventana de la habitación. Los brazos rodeando sus piernas y la mirada perdida en ese horizonte mental. El pensamiento vuela lento, frenado por las ataduras y las penosas experiencias.
   “La vida empieza mal para muchos. No, para muchos no, para muchas como nosotras”. Se recuerda esa misma mañana acomodando el cuello del guardapolvo  de su hermanita, poniendo en su lugar un mechón desobediente, que volvió a caer  en la frente ni bien lo soltó. Igual que los mechones de su vida.
   La dejó en la puerta de la escuela apretándole con fuerza la mano como para convencerla, y convencerse, de que evitaría que la vida siguiera siendo mala con ambas. La miró atravesar la puerta. Cuánto le agradece a la gorda Mirta. Ella denunció al viejo. “Claro, sabía bien lo que pasaba, pero no se animaba porque mi vieja no decía nada. Mi vieja, ¡pobre!... ¿pobre?...”
   Desde hace un tiempo está aprendiendo cómo llegar a la noche, meterse en la cama sin temblar, sin que el corazón le  lata a mil por temor al aliento a alcohol, al olor agridulce y al peso insoportable. Deseaba cada vez morirse ya, ahí mismo.
   Cuando entró al “Hogar” se quitó de un manotazo las lágrimas que bajaban con  bronca, más que con dolor. A los quince años sabía ya demasiado de la ruindad humana, por eso se prometía que su hermana no perdería las ganas de jugar, de aprender a ser feliz. “Me ocuparé de eso”.
   Ya ahorró lo suficiente para comprarle esa muñeca que tanto desea. Y seguirá ahorrando. Es que necesita tanto darle lo que nunca recibió. Sobre todo ternura.  Aunque aún no sabe cómo, no permitirá que le roben lo que a ella ya nunca podrán devolverle: la esperanza.

miércoles, 6 de julio de 2011

Regalo para mi origen

Te escucho abuelo                                
y mientras crece tu relato                     
tu voz va dibujando                              
el nombre con aroma a hogar               
 y con sonido a puerto.                           
Portugal, dicen tus labios                        
y mis ojos navegan pensamientos         
en el mismo barco que te trajo un día                                   
y que en un instante                        
me lleva de regreso.                          
Tu boca, mece en las olas               
patria, nogal, olivos, naranjales
y en el mapa nacen frutos
entre valles, aldeas,
montañas, frescas fuentes.
Lejos está el huerto
y el otro abuelo, que es tu abuelo.
El que con voz intensa
canta el mismo fado
que bailo en el deseo,
allá en el tiempo.

Que eras niño, cuentas
y que el mar enfurecido
quiso negarte hasta el  adiós
cuando partiste.
La voz que se hace joven
se desfleca en susurros
y…  madre, dices.

Pero ya brilla en tus ojos
la silueta de tu padre
en este puerto,
el del río calmo
con color a tierra
que se teñirá de verde
y regalará cada año
olas de trigo
donde bailen otro fado
los  nuevos tiempos.
Y aquí, también un huerto
y este abuelo, que es mi abuelo.
Y un ciruelo, y un nogal
que entrelazan en sus sombras   
los dos amores   
que elegiste hacer eternos.