Cuando estuvo cerca de las primeras lomadas comenzó a sentir cierta inquietud que atribuyó a la ansiedad de ese viaje tanto tiempo programado y que debió postergar, cada vez, por alguna razón distinta.
El paisaje iba cambiando a medida que se acercaba y la ansiedad aumentaba. Al llegar a la zona donde habría de acampar, el sentimiento de desasosiego lo obligó a repensar lo que estaba haciendo. En realidad, no sabía explicar muy bien esa necesidad, ese “porqué” o “para qué” del viaje. Algunas lecturas e historias de amigos que conocían el lugar, le hicieron sentir esas inexplicables ganas de conocerlo. Bueno, aquí estaba ¿y ahora qué?
Bajó con lentitud del auto y maquinalmente le puso llave. Costumbre de ciudad. Sin verdadera conciencia de sus actos, y a pesar del sol alto, comenzó a subir el cerro que tenía enfrente.
Fue a mitad del ascenso cuando por sobre la respiración jadeante creyó oír una voz, pero al mirar alrededor sólo pudo descubrir una cueva. Se dirigió a ella caminando por una cornisa que se ensanchaba frente a la boca oscura. Otra vez quedó inmóvil al reiterarse la sensación de una presencia. Rápidamente volvió la cabeza a uno y otro lado, para comprobar que estaba solo. Pero… había sido tan real!
Con desconfianza se acercó a la entrada y a pesar del frío y la oscuridad no pudo resistirse a entrar. Dio unos pasos. Mientras sus ojos se acostumbraban a la penumbra, miró el piso irregular y al levantar la vista pudo ver algunos signos en la pared de piedra. Signos que en un principio le parecieron incomprensibles, sin embargo, se descubrió interpretándolos. Fechas, nombres y el comienzo de una historia. “Los blancos nos persiguieron toda la noche. Tuvimos que abandonar parte del ganado. Los que salvamos en la carrera los escondimos en el corral del sur. Ya están sobre nosotros. Ascendimos por el este para dominarlos desde las alturas y, sobre todo, para alejarlos de los animales. Pude encontrar esta cueva, pero he quedado atrapado. Son muchos y sus armas son muy potentes. Mis flechas no los alcanza. En cualquier momento el ataque comenzará y será feroz. Mis hermanos…”
Un silbido zumbó junto a su oreja derecha e instintivamente se tiró al piso, el proyectil se incrustó en la pared, justo detrás. Arrastrándose hasta la cornisa pudo ver, un poco más abajo de donde se encontraba, algo que le heló el corazón.
Más de veinte soldados subían buscando reparo entre los riscos. Buscó protección. Estaba atrapado. La cueva era una trampa. Casi desnudo, con un arco en la mano y algunas flechas en un carcaj rudimentario supo que no tenía manera de defenderse. Buscó salida por la izquierda, luego por la derecha, pero no la encontró. Lo estaban cercando. Uno de los soldados lo vio. Ambos quedaron inmóviles, estudiándose. El odio brillaba en los ojos del blanco, que le apuntaba con el rifle. No se movió. Esperó el final. Y, cuando creyó que le dispararía… una flecha, lanzada desde lo alto se clavó en el medio del pecho del rubio que con mirada, ahora de estupor, fue cayendo de boca, lentamente, entre dos piedras.
Entonces lo descubrió. Desde lo alto, un guerrero levantó su mano en señal amistosa y se perdió entre las rocas.
Cuando despertó el sol caía sobre el horizonte. Le costó unos minutos recuperarse del aturdimiento. Aún estaba en la cueva, volvió a mirar la escritura. Se puso de pie y caminó hacia la cornisa. Todo estaba quieto, silencioso. Las sombras que avanzaban por las laderas, parecían taparla como un manto. Comenzó a descender por lo que había sido un sendero. Poco después vio su auto y algunos otros que circulaban por la ruta.
Cuando llegó cerca de su vehículo, alzó la vista y lo vio. Allí estaba con el sol por detrás. Parecía una estatua de piedra. Quiso convencerse de que era un juego de luces y sombras, pero la figura inconfundible volvió a levantar la mano y se perdió detrás de la montaña.
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