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jueves, 13 de octubre de 2011

Los partos de mi hermana.

A los diez años de edad al borde de la selva misionera mi hermana me parió. Estas cosas no suceden a menudo y por eso mismo nadie se dio cuenta. Me puso mi primer batita almidonada y me acunó con dulzura. Me ató pañales y me dio mi primer baño. Mi madre la miraba hacer y la alentaba a seguir cuidándome. Cuando tuve diez años quise parir algo y sólo salió un coágulo sanguinolento que mamá miró horrorizada diciendo eso de la hermana muerta y el otro parto, todo en una misma fecha. Mi coágulo cayó sobre el almanaque de nuestras vidas. Mi hermana parió flores y pájaros, la miré de lejos asustada. Me daban tanta rabia esos ojos que miraban desde el gris y la sonrisa compactada en una faz que irradiaba alegría. Después de visitar lugares oscuros mi hermana me regalaba cosas inverosímiles que se robaba. Las escondíamos y nos hacíamos cómplices de fotos de muertos, caballitos de cuero, terciopelos en cintas de colores, pequeñas jarritas ridículas. Teníamos un tesoro robado en distintas cajitas. Un día me mostró el amor y parió muchos en su camino. Se le agrandaron las ojeras, piso más suave, dijo menos cosas, le salieron alas y voló un rato. Quise ir con ella pero mamá dijo que no. Cuando pude volar no la vi, se me perdió. Ahora la ando buscando por otros lados y veo que de lejos, me llama. Seguramente me extraña. Debo parir un vuelo hacia el regazo de mi hermana.

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