Se sentó a horcajadas sobre la silla mirando el respaldo, donde apoyó sus dos manos, tal como el abuelo lo hacía y comenzó a hablar con tono sentencioso, de sabio, que tanto había admirado en él. Sus piernas muy abiertas intentaban abarcar el ancho del asiento, pero sus pies colgaban a unos diez centímetros del piso.
Los otros, lo miraban expectantes.
“Atención”, dijo. “Yo sé que mucho de lo que les voy a decir será chino básico para ustedes, pero se me quedan todos bien tiesos, eh? Desde que el abuelo se fue, bueno, mejor dicho, se murió, las cosas cambiaron por acá y yo tengo que decirles toda la verdad, sin pelos en la lengua. Si no queremos morirnos de hambre tenemos que caminar con pies de plomo y no levantar la perdiz. Nadie debe saber que nos quedamos solos. Vamos a seguir pidiendo limosna y vendiendo estampitas en los lugares de siempre. En cuanto aparezca la cana se me hacen humo enseguida, no vaya a ser cosa que nos saquen como a ratas por tirantes.
Vos, Colorado, que tenés tantos humos, no te hagas el sabihondo y te quedás mosca si el tano de la verdulería te pregunta algo.
Vos, Pitufo que hablás hasta por los codos te me cuidás bien de abrir la boca, te quiero más callado que tumba, ¿entendés?
A la viejita del departamento del fondo, vamos a tratar de molestarla poco, miren que no tiene un pelo de zonza y puede ir con el cuento a cualquiera. Acuérdense que al pobre viejo lo volvió loco cuando supo que algunos de nosotros no éramos sus nietos de verdad.
Se me levantan todos, bien tempranito y salen como si fueran a la escuela, que no podemos andar avivando giles. Y en cuantito se hace la noche, se vienen todos para acá, que demasiados problemas tengo ya como para preocuparme por saber en qué andan”.
Miró a todos con seriedad, pensando en qué más le quedaba por hacer.
En medio del silencio se bajó de la silla, la dio vuelta, la arrimó a la mesa y con sus siete años, imitó el andar lento y cadencioso del abuelo.
1 comentario:
Buenísimo y preocupante...Algo que puede ser real.
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