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lunes, 25 de julio de 2011

Dejo constancia

Por la presente, y delante del Comisario Sr. Gómez, el suboficial Mandriotti, el adjunto Recchi y los señores: Martín Tulias  y María Blanco, como mis testigos, hago la siguiente declaración, que deberá tomarse como descargo de las acusaciones que injustamente he recibido.
Desde el año 1979, en que descubrí mis poderes para curar  las enfermedades del cuerpo y del espíritu, realizo esta tarea en mi domicilio de la calle Yapeyú a la altura del 2166.
Yo, Blanca Larriera, hasta entonces una vecina más del lugar, participé de un accidente el día 22 de agosto del citado año. En el mismo, salvé  la vida del Sr. Ángel Correa, quien, de no haber sido socorrido por mí, hubiera fallecido en minutos.
Paso a aclarar: Transitaba yo en mi “Estanciera” modelo 1956, por la avenida Martín Miguel de Güemes a la altura del 1400, cuando el susodicho Correa, que circulaba en una “Siambretta”, pretendió ingresar a la citada avenida en la intersección con Encalada, a gran velocidad y sin observar el tránsito. Sin poder evitarlo, lo embestí y, al caer debajo de su propia moto, sufrió el corte de una arteria en su pierna derecha. Creo innecesario aclarar que este tipo de accidentes provoca una hemorragia difícil de controlar. Sin embargo, movida por una fuerza desconocida hasta entonces por mí, me acerqué con tranquilidad al herido y luego de bajarle, con todo respeto,  los pantalones, coloqué mi mano derecha a sólo un centímetro por encima de la herida del pobre hombre (quien puede dar fe de lo que digo) que, casi en un desmayo, pudo constatar que la  hemorragia se cortó de inmediato. Ante su asombro, y el mío, por supuesto, se puso de pie, lo ayudé a subir a mi vehículo y lo trasladé al hospital, lugar donde, con la consternación de los médicos y enfermeras (por el corte sin hemorragia) fue suturado con quince puntos. De   más está decir que esa tarde, su esposa y su hija, que vinieron a  agradecerme el gesto, salieron de mi casa mucho más tranquilas de lo que llegaron, pues puse sobre ellas mis manos, que, ya lo había comprobado, tenían el  poder de sanar. Además, la señora de Correa (también puede ser indagada por estas autoridades) me confesó una dolencia de larga data.
Que quede constancia de que se trataba de “culebrilla”.
Sin tocar su cuerpo, puse mis manos a un centímetro de su cintura y di dos vueltas a su alrededor, en la tercera, la citada hizo que me detuviera, pidiéndome que le dejara mirar su cuerpo, porque sentía una extraña sensación. La hice pasar a mi dormitorio, al lado del hall donde nos encontrábamos y allí, junto a su hija, pudo confirmar que su enfermedad había desaparecido.
A partir del citado día, año y accidente, la voz de mis poderes corrió por el barrio, la ciudad y lugares  vecinos,  primero y lejanos, después.
Importantes curaciones de todo tipo he realizado a personas desconocidas, así como a muchas personalidades: políticos, empresarios, gente de la cultura, quienes siempre agradecieron mi intervención (milagrosa según ellos) con algún dinero u otras vituallas. No como pago, aclaro, sino en agradecimiento, como dije anteriormente.
Sin embargo, el pasado 22 de agosto (adviertan ustedes la coincidencia) desperté con una extraña sensación en mi estómago y en mis manos. Pero, preocupada más por el bienestar de mis pacientes, que por mi propia salud, hago caso omiso a estos indicios y luego de un rápido desayuno, comienzo a atender a la gente que, a esa hora,  ya había formado una larga cola frente  a mi casa.
Aclaro ahora, y para que quede constancia de ello, que estas personas nunca molestaron con palabras o hechos a mis vecinos, quienes a pesar de ello, siempre han hecho denuncias en esta Comisaría, con razones infundadas.
Volviendo al citado día, pude comprobar con asombro que ya no tenía en mis manos el poder.
Como soy una persona sincera, todos ustedes han podido comprobarlo a esta altura de mi confesión, transmití este hecho al paciente que estaba ante mí, quien con mirada aterrada, me acusó de mentirosa y de que lo hacía porque sólo me había entregado (en agradecimiento anticipado), diez pesos. El escándalo que armó alteró a la larga cola y debí salir a ponerlos en  conocimiento  de la terrible verdad. Fue cuando, sin creer en mis palabras, comenzaron a ofender mi dignidad y a acusarme de egoísmo frente a sus dolores.
Esta es la razón por la cual, estimadas autoridades, decidí mudar el consultorio de mi casa particular y establecerme en esta clínica, donde, desde entonces realizo mi trabajo a conciencia. Sobre todo a conciencia tranquila, porque no oculté a nadie la verdad.
Por todo lo dicho, dejo constancia de que si alguno de mis pacientes denunció que no fue curado por mí (a pesar de su agradecimiento), el mismo sabía, antes de consultarme, que mis manos ya no son lo que eran.
Firmo de puño y letra, y firman mis testigos.

Blanca Larriera                           Martín Tulias                      María Blanco

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