Te escucho abuelo
y mientras crece tu relato
tu voz va dibujando
el nombre con aroma a hogar
y con sonido a puerto.
Portugal, dicen tus labios
y mis ojos navegan pensamientos
en el mismo barco que te trajo un día
y que en un instante
me lleva de regreso.
Tu boca, mece en las olas
patria, nogal, olivos, naranjales
y en el mapa nacen frutos
entre valles, aldeas,
montañas, frescas fuentes.
Lejos está el huerto
y el otro abuelo, que es tu abuelo.
El que con voz intensa
canta el mismo fado
que bailo en el deseo,
allá en el tiempo.
Que eras niño, cuentas
y que el mar enfurecido
quiso negarte hasta el adiós
cuando partiste.
La voz que se hace joven
se desfleca en susurros
y… madre, dices.
Pero ya brilla en tus ojos
la silueta de tu padre
en este puerto,
el del río calmo
con color a tierra
que se teñirá de verde
y regalará cada año
olas de trigo
donde bailen otro fado
los nuevos tiempos.
Y aquí, también un huerto
y este abuelo, que es mi abuelo.
Y un ciruelo, y un nogal
que entrelazan en sus sombras
los dos amores
que elegiste hacer eternos.
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