Ricardo está muy
contento porque tiene un nuevo amigo.
Aunque a él le parece que se conocen desde hace mucho. ¡Es que se llevan
tan bien!
La primera vez
que se vieron fue cuando entró al aula y la seño Laura les contó que tendrían un
nuevo compañero, que se llamaba Roberto, pero que le decían Beto, que venía de
la escuela de sordos y que, por no conocer a nadie en la escuela, les pedía que
lo ayudaran.
-Necesita buenos
amigos – dijo— y sé que ustedes pueden serlo.
Ricardo sintió que
se lo decía a él, porque cuando se miraron los dos hicieron un gesto amistoso
con el puño derecho, el pulgar en alto y una amplia sonrisa. En cuanto salieron al recreo se acercaron y
desde hace dos semanas no se han separado más. Al principio pensó que iba a ser
difícil hablar con él, pero después se dijo:
-Qué bobo, si
viene de una escuela de sordos sabe leer los labios, sólo tengo que hablarle.
¿Todos se pondrán así de tontos con un... iba a decir discapacitado, luego pensó … un diferente, pero ninguna de las dos palabras le gustó—qué
importa, será mi amigo y listo.
En estas dos
semanas Ricardo está aprendiendo el lenguaje de
las manos y así se han contado muchas cosas, hasta los secretos más guardados:
Ricardo le contó que está enamorado de
su vecinita, pero ella ni siquiera lo mira, ¿será porque es dos años mayor que
él? A Beto le costó confesar su
secreto. Después de un largo
silencio, le confesó con su voz suave, algo
metálica, que desea más que nada en el
mundo saber cómo son los sonidos,
-¿Viste esos que
aparecen en las historietas y en los libros?
Ricardo pensó en el cuento que les había leído esa mañana
la señorita Laura y asintió.
-Bueno, ésos. En
los libros siempre dice ‘el silbido de la perdiz’, ‘la lluvia sobre el tejado’,
‘el tintineo de las copas’, Y en las historietas, ¿viste?, ¡crash!, ¡bumm!, ¡ring!, ¿ves? eso quiero
saber.
Ricardo lo miró a
los ojos y después de un momento se le dibujó una enorme sonrisa. Beto levantó
una ceja y lo miró con curiosidad
-Prometo contarte
cómo es cada sonido.
Como en un
espejo, Beto repitió la sonrisa. Y… justo en ese mismo momento Ricardo escuchó
la campanita del heladero; la frenada del colectivo; una sirena de ambulancia
que se acercaba rápidamente; el bebé que
lloraba porque se había caído en el arenero; una calandria escondida casi
encima de sus cabezas, entre las ramas del plátano; el motor de una moto que
atravesó la calle lateral y aunque sólo la vio un segundo, aún rugía en el aire; y, además, un fragmento
de la conversación de las señoras que pasaban junto a ellos.
Volvió a mirarlo
y le aseguró, un poco en broma y un poco en serio:
-Esta será una
laaaaaaaaarga amistad. Extendiendo mucho la a.
1 comentario:
Como Ricardo debemos valorar lo que tenemos y dar gracias todos los días.
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