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domingo, 18 de marzo de 2012

La abuela de mis rulos, teatro y nieve


Quien  no ha tenido una abuela a la que recuerda por alguna excentricidad o  actitudes que la hicieron única e inolvidable.  Tuve la suerte de conocer a dos de mis abuelas y de ambas podría contar historias que me marcaron
Una de ellas, sin embargo, por cercanía,  simplemente porque era la de la parte femenina de la familia, es decir la mamá de mi mamá, fue la que  cubrió todas las ausencias, que por enfermedad, tuve de mi madre. 
Ella era la que quería verme como una bella princesita y por eso, cuando me invitaban  al  cumpleaños de alguna amiga  se preocupaba, ante mi estupor,  por  almidonar un vestido de broderie,  cuya tela es naturalmente armada; me hacía unos extraños rulos con cables, cuyo resultado era  unos odiados bucles.  Sin embargo, y a pesar de sentirme una especie de muñeca  de caja,  el amor con el que lo hacía, lograba más la comprensión que el rezongo. De más está decir que me acompañaba hasta la puerta de la citada fiesta, para que nada pudiera pasarme, pero que impedía que pudiera estrujar la pollera dura y en medio globo, o estirar mis rulos antes de entrar,  lo que hacía ni bien entraba pidiendo permiso para ir al baño, a veces, hasta conseguía que muy pocos me vieran tan planchada,  almidonada y enrulada.
Era la misma abuela a la que acompañaba a dormir cuando el abuelo pasaba largas temporadas en el campo. Se trataba de una fiesta cada vez. Siempre tenía algún proyecto divertido para esa noche, desde armar una especie de teatro donde, por supuesto, ya tenía preparada la ropa y detalles con la que yo, la actriz principal,  debía vestirme. ¿El guión? La mayoría de las veces  lo orientaba el vestuario, otras,  iba surgiendo espontáneamente y sin orden establecido, lo que lo hacía más gracioso.
Pero a veces, a la abuela le daba un ataque de insomnio y esa noche la dedicábamos a lustrar pisos y muebles así, se nos  hacía las 4 de la mañana cuando caíamos rendidas en la cama. Seguramente fue después de una de esas largas y frías noches cuando me desperté muy tarde a la mañana siguiente y, en lugar de atravesar las habitaciones para llegar a la cocina, intenté salir directamente al patio para acortar camino.  Dije intenté, porque cuando quise poner el pie fuera de la habitación una alta y consistente espuma me lo impidió. La abuela, atenta a los ruidos de la casa, escuchó la puerta y se apuró a gritarme que no saliera por allí y le dio un nombre a eso que yo tomé por espuma de lo que hubiera sido un derrame del más que abundante lavado de ropa, cuando dijo, “nevó toda la noche, vení que después de desayunar saldremos a hacer muñecos de nieve”.  
¿Puede haber una experiencia más rica para una niña de pocos años?

1 comentario:

Colombina dijo...

Hermosa anécdota, tuviste la suerte de conocer a tus abuelas, algo que le faltó a mi infancia. En cambio tuve un abuelo postizo que cubrió todos mis momentos de niña huérfana de madre y una tía-mamá que me protegió hasta su muerte.