Sintió la suavidad del musgo en su mejilla;
una sombra sobre su cuerpo desnudo; el sonido débil del agua. Boca abajo e
inmóvil aún, entreabrió los párpados. Vio la arena interminable y el rastro
zigzagueante que se alejaba.
Otro cuerpo se movió lentamente. Se acercaba.
Sintió su aliento. Tensó los músculos.
En el ángulo estrecho de su
visión apareció de pronto una mano y en ella la más roja, insinuante y fresca
manzana. Movió su brazo y la tomó.
Cerró resignada los ojos.
Ya sin dudas, supo que había regresado.
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